lunes, 21 de julio de 2008

Envidio a los pájaros


Ayer volé en el ultraligero y me encantó. Nada más llegar ya me subieron al aparato, me colocaron un caso con auriculares y micrófono, me abrocharon el cinturón de seguridad y despegamos.

Al no llevar cabina ni protección alguna, el viento golpea tu cuerpo y cara, haciendo que la sensación de velocidad sea enorme (aunque no pasamos de los 80 Km/h).
La panorámica visual es muy amplia, no hay nada que la obstaculice y la altitud alcanzada no es muy grande (1.000 metros), por lo que tampoco se pierde perspectiva por la lejanía.
Sobrevolamos por un pantano, algunos pueblos, una carretera, piscinas, la Universidad Alfonso X y un campo de golf. Y todo eso en tan sólo media hora! Llego a tener un cuarto de hora más y me paso por el Carrefour a comprar huevos.

Pero algo quedó clavado en mi corazón, el golpe de la conciencia por no haber hecho lo que debía. Necesito volver y acabar con esta losa que pesa sobre mi alma o nunca seré capaz de mirar a mis hijos a los ojos. Sé que no hay justificación para ello, pero intentaré darla: en el ultraligero no iba solo, lo pilotaba el monitor, me pusieron un casco con una emisora para poderme comunicar con él mediante un micrófono alojado muy próximo a los labios.

Al ir con una persona que no conocía y que el micrófono del casco estaba pegado a mi boca, NO PUDE ESCUPIRLE A LOS CICLISTAS QUE IBAN POR LA CARRETERA!!!!

1 comentario:

Félix Amador dijo...

Pero, ¿siguen corriendo los ciclistas por la carretera con lo peligroso que es? Yo me los encuentro por la autopista, aunque mis amigos van campo a través que es más sano o piden prestado el estadio para dar vueltas 'olímpicas'.

Volar tiene que ser una sensación impresionante, sobrenatural, porque natural no es, claro.

Gracias por tu comentario en mi blog y por enlazarme. Te he correspondido con un flamante enlace en el mío.

Saludos.